sábado, 2 de agosto de 2008

Llueve neón

Querida el día empezó pronto, la gente caminaba rápidamente dirigiéndose hacia el mercado. Mujeres de hermosos dientes que miraban derecho a los ojos. Alrededor giraban ruedas y ondulaban papeles coloreados, estatuas y escudos con figuras de leones delfines torres estrellas. Los congales atrevidos tenían colgadas señales de prohibición “prohibido escribir, prohibido pasar”. Edificios y edificios, la puerta, la cornucopia, la clepsidra, la medusa—pensaba—mi mirada recorre las calles como paginas escritas, la ciudad diciéndome lo que debo pensar, haciéndome repetir, repetirme para escribir, escribirte. En la forma que el azar y el viento dan a las nubes me aparece tu nombre. Me entrego a reconocer, reconocerte. Un niño grita ¡un velero! ¡Una mano! ¡Un elefante! Soy yo de niño—pienso—y lo traigo presente porque también pienso en mi padre. Yo pensaba en los juguetes, en los regalos. Camino por las calles de esta ciudad: la escultura pintada de cobre, el toldo a rayas del peluquero, la fuente seca, el reloj de vidrio, el puesto del vendedor de sandías, el café de la esquina, el atajo que me acerca, acércate. Esta ciudad no se borra de la mente, como tú, es como una retícula de constelaciones que me recuerda a otra ciudad. Soy un ciego que grita en la plaza, que libera a las palabras entre la multitud, soy aquel que se asoma por la cornisa del edificio... Camino, aquel que se asoma por la cornisa del edificio me ve pasar, disimulado, distante; me distraen también dos señoritas; las postales en el puesto de periódicos me pronostican viajes. Figuras sin forma rellenan la ciudad, no se cómo describirlas, describírtelas querida: el baldaquín de los altares de catedral, la espiral del paseo de las Banderas que modifica la forma de caminar, el caracol barnizado que venden en los puestos de artesanías. Estoy como en un mapa de ti, estoy perdido y te busco, aun así, reconozco el parque, en el que las muchachas toman un baño de sol. Subo y bajo por corredores, escaleras, túneles. En las nubes creo reconocer tus ojos. Hay un columpio. Mi ánimo te busca, te busco, buscarte. Se hace tarde, no para mí, para todos, he seguido caminado, sólo lo suficiente para dejar atrás eso que alguien nos quita a veces. Las personas, escasas ahora, pasan por las calles y no se conocen, al verse imaginan mil cosas unas de otras. Pienso en los encuentros que podrían suceder, en las conversaciones, en las sorpresas, en las caricias, en los mordiscos. Nadie me saluda, nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan solo segundos, y después huyen, las miradas también caminan: buscan otras miradas, no se detienen, no me detengo, dónde estás querida. Pasa una muchacha con sombrilla, el cielo cruje, “ayer cayó un rayo que mató a dos”—dicen. Ojalá lloviera… Pasa una mujer vestida de negro, hay moños en el marco de una casa. Pasa un gigante tatuado, un hombre joven con el pelo blanco, una enana. Algo corre entre ellos, entre mí, continúan los intercambios de miradas: dibujan flechas estrellas letras triángulos. Así, entre ellos empiezo a desaparecer querida, para que ellos sean. Ojalá lloviera para juntarme con alguien bajo el soportal o debajo del toldo del bazar y hablarle, escuchar nuestras extrañas voces. Pasan novios pensando en consumar encuentros, seducciones, abrazos, sin cambiar una sola palabra, sin rozarse con un dedo. Recuerdo el metro con sus imágenes espectaculares: filas de sonámbulos entran al vagón, damas cantando, y en la oscuridad hay quien siempre hecha a reír. La niñita mordiendo la puntita de su galleta, el joven hojeando su mapa, las señoras con vestidos de lunares, el hombre del abrigo negro… La ciudad repitiéndose, desplazándose para arriba y para abajo. Los habitantes recitando las mismas escenas con actores cambiados. Caminando para salir con el mentón sobre el pecho y con las uñas clavadas en la palma de la mano. Acá no hay este transitar de entrañas, pero acá el metro es real porque lo recuerdo. Enredo la mirada al suelo, el agua baja por la cuneta: lluvias pasadas; de las alcantarillas salen voces; las espinas de pescado, los papeles sucios. Querida estoy caminando, estoy en la casa contando, quizá escribiendo, quizá dibujando las sombras de ramas altas, las sombras de mis vueltas por las calles, con los ojos en el pavimento. Pero es difícil fijarlo todo, sabes? hay palabras que callan, y entonces me dejan mudo, silencioso, a paso lento, leve, todavía ágil.

Abrazo.