lunes, 9 de marzo de 2009

Noche veloz...

Querida, me acuerdo de ti. Lucías cada vez más flaca, estrenabas ojeras-decías-por los eneros que siempre te regalaban muchas noches llenas de amigos, muchas ausencias y tapabas la indiferencia y el desgano disfrazándote de cálida y “encantada”, eras muy mala actriz-decías-no lo creía. Dispersa, te movías, me atrapabas con tus grandes ojos, me abarcabas. Tenías un baúl lleno de “sorpresas” y a la luna le echabas la culpa de tus malas rachas, cósmica, “encantada”. Cada vez más flaca, ojerosa, arquitecto. Siempre me decías así, y yo me sonrojaba, me sigo sonrojando cuando alguien me lo dice, cuando me cruzo con alguien que lo es. Yo no soy arquitecto-te decía-sin embargo te hablé de esas formas de Edzná, del color de Comalcalco, y tú reías, eras agua, eras viento, leve sobre mi presencia. Arquitecto… me parece escuchar tu voz, como aquella noche en que me cantaste o aquella vez en que abatida me contabas de tus deudas con la vida. El clima era frío, no dejaba de llover-dentro y fuera de la casa-la vida seguía igual. La vida breve. La quietud te volvía loca, te ponías a trabajar, te escapabas y te inventabas otros colores, me hablabas de sus sabores me decías cuáles te gustaban. Mis mundos son tan pequeños-decías-existen algunos que me gustaría que fueran de humo para poder soplarles, y en otros me gustaría quedarme para siempre, pero no puedo; otros son fríos pero necesarios, en fin, usted arquitecto es ahora uno de mis mundos-decías. La noche está callada, me acuerdo de mi cuartito de la ciudad, la pieza única y yo con ella. La noche también era callada sin ti, estaba muy sola, ojalá sonaran la puerta aunque no fueras tú para imaginarte tan cerca-pensaba. Las cosas se iban, venían otras, las cosas que pasaban nos gritaban lo que estaba sucediendo, dejábamos todo en blanco, en silencio. Una página con tu nombre modificaba la hoja, cambiaba el mundo, la forma en que se le daría la vuelta a lo escrito tendría mucha responsabilidad, lo que vendrá, un suspenso. Quise ver tus ojos para poder leerte, para que me escucharas te decía que me miraras, para que me esperaras. Cuánto te esperé esa noche, mis calcetines estaban mojados, el frío me fulminó, todos empezaban a irse, cuánta la espera, las lucecitas eran mis compañeras, el tiempo maldito que mojaba mis pies, la panza del cielo que cargaba sobre mis hombros. Los dioses, dónde estaban los dioses, qué miraban entonces. Después llamaste, algo había pasado con tu mamá, una espera también larga, un color que olvidaste. Pasaba tardes imaginando tus manos, imaginando tus pasos-me decías-en qué hueco, en qué parte de esta ciudad mal-iluminada estarás. Las noches eran frías-todavía-las noches te extrañan. A dónde va uno, a dónde, qué de esta soledad eterna. Las nubes te perseguían a ratos, miraba tus matices, tus cambios, tu forma desenvuelta, tu atención flotante. Miraba a la que pasaba toda una tarde en las piernas de su bisabuela, a la que daba pláticas de violencia a 100 jóvenes, a la que adoraba hacer postres y nunca tenía tiempo, a la que leía y leía Rayuela sin poder terminarla, la que podía pasar jugando Nintendo 10 horas, la que borda, la que no paraba de leer sobre obsesiones e histerias, la que cocinaba a los amigos, la que se reía con Holofernes, la que pintaba barro y cajitas de madera, la que enloquecía con las flores secas y el bolso de última, la que cuestiona, la que duerme mucho, la que fuma como loca y no puede dejarlo, y me decías que eras todas ellas, todos estos matices-como les llamabas-pero para mí eras la mujer en la que convergían todas para conocer tus sueños y tus frustraciones. Es noche querida, suena un vals, lo he puesto bajito, gato dormita a mi lado, las voces que todavía recuerdo hacen que el día que pasó se proyecte en mi mente, un día ágil, penoso en algunos momentos, triste, trabajoso, completo. Mis piernas fuertes, mis ojos abiertos mirando la hoja que te escribo, impalpable como los recuerdos en que apareces, viendo todavía las palabras. Por qué las fui dejando, se me caían del bolsillo, me fui secando. Anochece en mí, los astros se organizan, los grillos cantan melancólicos, el ventilador gira automáticamente, mi corazón late para extinguirme, respiro para morirme, avanzo como en un viaje, como en una carretera donde Dios no existe. Me alejo. Me quedo callado, el vals me va adormeciendo como un somnífero, cierro los ojos y la pantalla donde te escribo me deja reconstruir tu rostro, tu cabello en movimiento.