viernes, 27 de agosto de 2010

Traigo

un pétalo de gardenia para oler. Me lo regaló una mujer de cabello largo que decía esperar la llegada de un plazo. Yo recogía semillas, hojas y pétalos—le contaba. Las guardaba en boquetes de mis prendas, pequeños regalos que a ti te llenaban de ternura. Los plazos se cumplen todo el tiempo—me dijo—y dejó caer el gato que traía en sus brazos. Traigo también unas ojeras grandes como si hubiera caminado toda la noche. Debí aprovechar el insomnio, y no tragármelo, escribiéndote cartas. Anoche me enteré que mi abuela precisó de otra opinión para aceptar la ceguera de uno de sus ojos. Es impresionante cómo un par de gotas pueden resucitar aquello que te han dicho no tiene remedio. La miro contenta en sueños mirando esa tv y a sus nietos de nuevo. En el silencio profundo de mi habitación de sueño, cuando en ella pienso, escucho los susurros de rezos como si fueran una multitud de paridoras: gemidos breves que asustan e incitan extrañas palabras. Te busco querida. Me muerdo la lengua para no decir tu nombre como ayer en la tarde lo grité a boca calle. Tu nombre que es un eco urbano. La voz de las grietas de estas calles. Qué sigue después. Qué viene. Detenerme es siempre separarme. No intento pensar en esa fragilidad como la que tienen las viejas arquitecturas. Por qué no apareciste en Calzada de la Infanta. Por qué abordaba las guaguas como un desconocido. Por qué me siento extranjero siempre. Y busco las ruinas de tu nombre, de las calles exiguas donde sonaron tus pasos. Cojo el pétalo, aún tiene fragancia. Lo guardaré entre las hojas de la bitácora. Un beso.

jueves, 26 de agosto de 2010

Arcade

Habana

Querida el café se está enfriando. Primero fue la leche que socavo esa bella autonomía oscura que él adquiere en la taza, luego la tibieza llegó para enfriarlo todo y aplacar el olor que inundó el pasillo: casi como una presencia, como tú presencia que invoco y hace estremecerme. No ha llovido todavía. Estamos esperando las lluvias todos los días. Acercarme a ti quisiera, como esta temporada de aguaceros o lánguidos otoños. Siento punzadas grandes en mí querida, cada día y a cada tanto parece que los dolores del mundo se me clavan como al Cristo de las cabeceras. Y el dolor tiene que ver, vaya sorpresa, no por extrañarte, sino por los atentados que nos cometemos a nosotros mismos. La probabilidad de que alguien atente contra su ombligo es ínfima, sin embargo siento que cada vez nos acercamos a cometer seppuku. No puedo con la prensa escrita, no puedo con esta información que emiten las radios locales, me raspan las palabras que mencionan y entonces detesto saber el mismo lenguaje.
—En todas partes es igual.
Quisiera que mis palabras fueran un filo inverso para degollar sus ideas y entonces me llega la imposibilidad: el silencio. Mudo atravieso sus festejos, las opiniones que gritan en sus conversaciones. Y me entristece alejarme de todo. Pensarte, encontrarte a ti es el peso que me sujeta. Tú, irreal. Acostumbrados como estamos al tacto ignoramos que hay algo más allá de ello. Estamos sujetos a lo inmediato, a la banalidad de la proximidad; a lo contiguo y adyacente de las amistades. Adheridos a trabajos comunes donde nos ataviamos cada mes o quince días con licores baratos y ruidos que sólo exacerban los ánimos e indiscriminadamente alejan al otro, al compañero. Estamos solos querida. Estoy solo escribiéndote esto y rodeado de personas que no conoces y nunca conoceremos. De cosas que has visto y que la memoria sólo las aparece para identificar espacios: un estudio, un salón. De una ciudad que tiene un nombre alérgico. Quisiera ser egoísta, apartarte del mundo y que estuvieras solo para mí, pero me convertiría en uno de esos dictadores que aborreces. Debo ser egoísta querida, crear una ruptura en las cosas, porque así como están nos están llevando a la chingada, y es allí, en ese nido de podredumbre y atavismo donde no deseo que nadie descanse.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Segundo

Uno se demora más cuando espera a otro querida. Es de mañana y apunto las notas que llegan mientras hago pausa. No me gusta el ir de los niños en la calle bajo esta ligera lluvia, ni bajo otro aspecto. Alguna vez me llevaste de la mano y sentía una extraña obligación de estar en el mundo, no el mundo corriente de fiestas de fin de año ni de aniversarios. Quería sentirme libre en el espacio y contigo asegurando mis brazos no podía dibujar con tiza. Te dibujaba un plano de los sedimentos: una planta específica de una fábrica o alguna casa sepultada por estas avenidas. A veces tenías que adivinar y yo te decía que me gustaba el silencio por lo que viene de abajo, porque del subsuelo no sólo emergían el humus, sino los sonidos de otras voces que gritaban su lugar en el mundo. Ya me parece escuchar que me decías que todo tiene su tiempo y que el pasado allá se queda y que los quince milímetros de separación que representan un muro en el plano debían erigirse como parte de este presente al que me negaba y sigo negando. Pero no quería hablarte de esto querida, sino de las pausas que uno hace. A veces me desespero y me desespera la gente. Existir sin tu brazo apretando mis pies y manos es andar descolocado recorriendo distancias sin llegar a algún lugar. Como esas bolsas de periférico-me parece escuchar que dices. Pero no, más bien como un holograma. Te escribo esto para hablarme y callar las voces de la gente. Cada vez mi presencia se parece más a un sedimento. Esos que en las pausas te dibujaba y después me callabas con tus besos, aplacando así mi ánimo de revivir en el mundo.

martes, 24 de agosto de 2010

Agosto

Debo dormir. Debes dormir. Son las voces de la noche. Dónde te hallas. Llueve. Sabes que en este mes siempre llueve. Cuando llueve los grillos no cantan ni hay luciérnagas. Todo se esconde entre una espesa capa y sólo la memoria atrae a este presente húmedo su existencia. Hay tormenta en la costa, y tú llueves en mí. Esta noche sentí miedo cuando pensé que te olvidaba. Cruce la avenida con celeridad para alcanzarte en mis recuerdos, pero el miedo me seguía, transmutado en los perros, en las luces de viejos negocios, en el pelo puchunco de algunas mujeres, en el fusil maldito de policías, en la prisa que llevaba. Caminé por las mismas aceras de la ciudad, los árboles rotos, la falta de luz de las graderías; desee que encendieras una luz para llegar a casa. Fue en el silencio del espacio donde te extrañé y regresó en un abrazo a mí tu recuerdo. Hay fortaleza en estos actos querida. Me dejas seguir aquí aún que me sé de ti lejos. Hay reconstrucciones en mí. Aún siento miedo. Aún te extraño. Dejo caer el agua de la tinaja para ver la cosa en sí vacía: veo cómo el agua se esparce infinitamente hasta desaparecer el reflejo de tu rostro quieto y esta hondura que en mi pecho se ensancha hueca y oscura. Se va la noche, dirás que chocheo, pero no es por ti.BlogBooster-The most productive way for mobile blogging. BlogBooster is a multi-service blog editor for iPhone, Android, WebOs and your desktop