miércoles, 25 de agosto de 2010

Segundo

Uno se demora más cuando espera a otro querida. Es de mañana y apunto las notas que llegan mientras hago pausa. No me gusta el ir de los niños en la calle bajo esta ligera lluvia, ni bajo otro aspecto. Alguna vez me llevaste de la mano y sentía una extraña obligación de estar en el mundo, no el mundo corriente de fiestas de fin de año ni de aniversarios. Quería sentirme libre en el espacio y contigo asegurando mis brazos no podía dibujar con tiza. Te dibujaba un plano de los sedimentos: una planta específica de una fábrica o alguna casa sepultada por estas avenidas. A veces tenías que adivinar y yo te decía que me gustaba el silencio por lo que viene de abajo, porque del subsuelo no sólo emergían el humus, sino los sonidos de otras voces que gritaban su lugar en el mundo. Ya me parece escuchar que me decías que todo tiene su tiempo y que el pasado allá se queda y que los quince milímetros de separación que representan un muro en el plano debían erigirse como parte de este presente al que me negaba y sigo negando. Pero no quería hablarte de esto querida, sino de las pausas que uno hace. A veces me desespero y me desespera la gente. Existir sin tu brazo apretando mis pies y manos es andar descolocado recorriendo distancias sin llegar a algún lugar. Como esas bolsas de periférico-me parece escuchar que dices. Pero no, más bien como un holograma. Te escribo esto para hablarme y callar las voces de la gente. Cada vez mi presencia se parece más a un sedimento. Esos que en las pausas te dibujaba y después me callabas con tus besos, aplacando así mi ánimo de revivir en el mundo.

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