jueves, 31 de enero de 2008

'corazón atómico'

Han sido días tristes, querida, si vieras mi aspecto te acordarías de un personaje de Hamsun; y esta ausencia de ti que ensancha la página, y las palabras las veo pequeñas, me provocan huequitos aquí, acá. Me cuesta escribir, ¿sabes? Han sido días de pérdidas inexplicables y posibles a la vez. La muerte repentina de José, tan triste muerte, pero es que ella cómo podía ser de otra manera. Siempre triste la muerte como tu ausencia. El fallecimiento del papá de Guadalupe; en los días en la Ciudad, esos días cuajados de soledad, él me llamaba telepática y digitalmente, y no cesaban sus invitaciones a su casa, a que fuera a comer, a platicar con sus hijos, con él, a paseos a su casita de Morelos, a enseñarle a hacer maquetas a Gloria… infinidad de cosas, y apenas, he llegado a casa y la noticia de su muerte me ha llegado como la luz de los astros: a destiempo. Su desaparición en noviembre me deja un mal sabor de boca, y me siento como si fuera el contenedor de todos los dolores del mundo. Escribo, aprovecho estas líneas para sanarme poquito, porque creo que la invención cura, trasgrede sin violencia este estado pasivo de tristeza e impotencia. Qué haces tú para recordarme, en el silencio, o con los amigos. Te conté, pero cómo podría hacerlo si mi voz para ti ha de ser parecida a un dialecto que va desapareciendo, que al leer unas páginas sobre Mérida, la protagonista, me recordó a ti. Y en su viaje, en sus caminatas en Izamal, a los mercados donde venden el henequén, había mi ausencia en lo que contaba. No te entretengo más, ojalá en las horas que llegan halle en tu reencuentro cierto consuelo para esta tristeza que luce inexorable. A veces pienso que si estuvieras acá, un solo abrazo tuyo sanaría este corazón. Te beso.

jueves, 17 de enero de 2008

Entre tus brazos

Trabajo, querida, mucho trabajo, y el piso está frío, y toda la ciudad. Sólo se ve a la familia a medias. Duermo y despierto en la oficina: llena de papelitos, de imágenes y mapas. Había olvidado escuchar a Nick, pero a reaparecido sin querer, cuando leía una carta larguísima en papel, qué bien que está acá, haciéndote resurgir. Y entonces te pienso: estás gritando, giramos con los abrazos, te escapas al bosque, te vas a dormir en una pista blanca, me invitas a bailar y cantas, mucho cantas, y hay un circo de estrellas
—quiero verlo todo
Hay un tecito que preparé para los dos. Hay que dejar que Nick siga tocando el piano, que se repita, invariablemente, mientras estamos escribiendo. Pero yo no puedo dejar de verte, no quiero... escribo sólo porque tú estás allí, y de reojo te espío hasta hacer posible que te metas en mis brazos. El suelo está frío, ya no traigo los zapatos, pero tú sabes, tenías que haberte llevado el tapete, la alfombra que nos regaló tu padre... Y de repente se hace oscuro, empiezas a irte a la calle
—voy sola
y yo me quedo como el melancólico Nordstrum, toda la noche, todas las horas, esperando tu vuelta.

miércoles, 16 de enero de 2008

La armónica de la tristeza—she said.

Querida, hoy pensé en tu aparición. Entonces metí las manos en los bolsillos y me sentí sumamente desdichado, como el Four Time Around de Bob; no había nada en ellos, ni cómo hacer un inventario: de una moneda de peso, de una infeliz semilla. Esperaba… encontrar una fotografía tuya, arrugada aunque fuera, porque hubo un tiempo—todavía lo pienso— en que creímos que las estrías a las cosas las dotaban de vida y de recuerdos. Así, las más arrugadas eran más estimadas para nosotros, y aquellas, nuevas, siempre nos ponían a imaginar encuentros, ya fuera sobre pisos de barro o en la mullidas arenas de ríos y mares; y en otros tantos lugares, que ahora pienso y me pensaste en mí. No sé si me explique, querida. Dejé la ciudad de los edificios “modernos”, siempre tan molesta, y caminando llegué a donde empezaban las casas de piedra, francas, lúcidas; escandalosamente acogedoras las calles, y me sentí mejor... (frag.)

lunes, 7 de enero de 2008

Colormetric Spiral

Querida, que el año sea una espiral de colores.


S. Charlesworth