miércoles, 16 de enero de 2008

La armónica de la tristeza—she said.

Querida, hoy pensé en tu aparición. Entonces metí las manos en los bolsillos y me sentí sumamente desdichado, como el Four Time Around de Bob; no había nada en ellos, ni cómo hacer un inventario: de una moneda de peso, de una infeliz semilla. Esperaba… encontrar una fotografía tuya, arrugada aunque fuera, porque hubo un tiempo—todavía lo pienso— en que creímos que las estrías a las cosas las dotaban de vida y de recuerdos. Así, las más arrugadas eran más estimadas para nosotros, y aquellas, nuevas, siempre nos ponían a imaginar encuentros, ya fuera sobre pisos de barro o en la mullidas arenas de ríos y mares; y en otros tantos lugares, que ahora pienso y me pensaste en mí. No sé si me explique, querida. Dejé la ciudad de los edificios “modernos”, siempre tan molesta, y caminando llegué a donde empezaban las casas de piedra, francas, lúcidas; escandalosamente acogedoras las calles, y me sentí mejor... (frag.)

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