Han sido días tristes, querida, si vieras mi aspecto te acordarías de un personaje de Hamsun; y esta ausencia de ti que ensancha la página, y las palabras las veo pequeñas, me provocan huequitos aquí, acá. Me cuesta escribir, ¿sabes? Han sido días de pérdidas inexplicables y posibles a la vez. La muerte repentina de José, tan triste muerte, pero es que ella cómo podía ser de otra manera. Siempre triste la muerte como tu ausencia. El fallecimiento del papá de Guadalupe; en los días en la Ciudad, esos días cuajados de soledad, él me llamaba telepática y digitalmente, y no cesaban sus invitaciones a su casa, a que fuera a comer, a platicar con sus hijos, con él, a paseos a su casita de Morelos, a enseñarle a hacer maquetas a Gloria… infinidad de cosas, y apenas, he llegado a casa y la noticia de su muerte me ha llegado como la luz de los astros: a destiempo. Su desaparición en noviembre me deja un mal sabor de boca, y me siento como si fuera el contenedor de todos los dolores del mundo. Escribo, aprovecho estas líneas para sanarme poquito, porque creo que la invención cura, trasgrede sin violencia este estado pasivo de tristeza e impotencia. Qué haces tú para recordarme, en el silencio, o con los amigos. Te conté, pero cómo podría hacerlo si mi voz para ti ha de ser parecida a un dialecto que va desapareciendo, que al leer unas páginas sobre Mérida, la protagonista, me recordó a ti. Y en su viaje, en sus caminatas en Izamal, a los mercados donde venden el henequén, había mi ausencia en lo que contaba. No te entretengo más, ojalá en las horas que llegan halle en tu reencuentro cierto consuelo para esta tristeza que luce inexorable. A veces pienso que si estuvieras acá, un solo abrazo tuyo sanaría este corazón. Te beso.
jueves, 31 de enero de 2008
'corazón atómico'
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