Querida, como viejos sentados en los parques están las calles. Después de las nueve hay el silencio, el ruido solitario de tu recuerdo. La inmovilidad con fugas de ciempiés. ¿Sabes? Podría pasar horas entre las cortinas como el gato de mamá que le teme tanto a "Agustín", mas escribo. También había un muro de rojo viejo. Me dieron ganas de dormir en él. En sus ventanas de vidrios azules imaginaba el placer de imaginarte dentro, en el pequeño hueco poliédrico a mis espaldas. Permanezco callado unos momentos antes de que se restablezca el silencio. Sabes que vives sobre mi nariz, entre mis ojos, bajo mi frente. Sólo tus huesos son cómplices de mi ocio. Sí, si lo sabes. La familia está bien, haciendo eso que les gusta: paseando; platicando; comiendo; viendo que afuera hace frio. Me gusta pensar que les encanta ver sus cuerpos proyectados en la sombra. Ahora es el tiempo en el que escribo de ellos y ellos hablan—quizá—de mi.
martes, 17 de julio de 2007
En la niebla
Querida, te escribo de noche, impreciso, destacado en el rincón. Solo en mí, solo contigo, como si fuera parte de: ‘sola en mí’, canción de Sandra Mihanovich. Solo en parte, porque la música destaca por sobre todos los ‘ruiditos’, de la casa. En uno de mis primeros sueños, tú y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de narcisos, en un jardín con dos leones de piedra. Y tú dijiste: me gusta la harina; me gustan las uvas; me gusta el turquesa de mi anillo. Me gusta el hielo; me gustan las orquídeas; me gustan los caballos blancos... me gusta el infinito punteado de diamantina en los dedos de mi padre. Un abrazo blanco, de tela de niebla.
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