lunes, 27 de octubre de 2008

De allí para aquí

Querida, quisiera despertarme por la mañana y encontrarte entre mi almohada. A veces pienso que un día me faltaran las palabras, que por falta de uso se oxidaran. ¡Perderé el afán por el lenguaje!. Mujer, entonces estaremos lejos de la tristeza. Escribir, te escribía, o escribía sobre ti mientras caminaba en silencio. Deseaba tanto que estuvieras allí, guardaba y dejaba que esa ilusión me alimentara. Era bonito, era la tarde y la multitud de soledades corrían a pararse bajo un toldo: mujeres con listones en el pelo, hombres con impecables corbatas... muchos eran y muchas las gotas y mis ganas de volverme loco—porque me estaba volviendo—al buscarte en muchos rostros. Risas y desconsuelos de aquellos corazones descompasados que ni siquiera sabía que los existiríamos en esto que parece hoja—en tus cartas. La tormenta cesó, y nunca supe de qué manera llegaste. Dejo que me abrace el silencio. Ahora es de noche—siempre te escribo de noche—desearía que en vez de mis sábanas en la cama, allí estuvieras. Así te escribiría de otra forma: con mis manos. Así tu mirada sería luz en esta noche, tu voz sería un pacto entre yo y el silencio. ¿Qué escribo querida? Deberías de verme escribiendo, ver cómo me hundo en estos pedazos, en la locura de escribir por esta esperanza. Querida, mi poesía, mi flor, mi locura... si el tiempo fuese una llave goteando, si fuera tu locura. La locura de dos, escribiría alguien. Me siento como tizne oscuro mientras el pasado llega. Mis dedos de carbón
—tus dedos de carbón
Una vez me lo dijo alguien que tenía en sus memorias fragancias de miel y dulces, que siempre se asomaba por el hombro de la acera vigilando la calle, que nunca olvidaba la casa de infancia—siempre clara y alta y lo bastante amplia para las historias—decía. Yo le hablaba de los viejos huecos en los muros, del olor a humedad ladrillo y misterio. De un buzón de correo y decía: magia sencilla. Sólo olvido y recuerdo querida... pensar que tu nombre es arena por todos lados, que en cada carta se vacía y se llena de su propio secreto. Querida sibilina. Qué palabras decir, yo muerto de acciones. Quisiera preñar tus silencios y marcar con mi aliento tu camino. Te hablo con mi voz de martillo.

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