jueves, 22 de mayo de 2008

De mañana

Querida, a veces, cuando hablábamos quería hablar contigo hasta quedarme dormido, quería hablarte más; quería verte y abrazarte por el teléfono. Después permanecía quieto y tranquilo en cualquier lugar en que me encontrara. Dormía, pensándote así (cercana). Te imaginaba en momentos en los que habíamos estado juntos, en la memoria de la que no recuerdo bien cómo va la frase, ¿recuerdas? Esa de la que te hablaba en las llamadas de noche, y de las que sonreías porque no lo decía como debía ser. Y, bueno, No hace mucho que llegué a casa, y recordaba el teléfono en mano, el teléfono que estaba sobre la mesa de trabajo, sin uso, sin su sonar. Hoy me comí un plato de fruta—de esa que tú solías comer—tendido como una alfombra. Debí haberte soñado varias veces mientras comía, porque lo segundo que hice después de abrir bien los ojos y ponerse la camisa fue empezar a escribirte esto: que quisiera abrazarte todas las horas que deba estar por aquí, que un beso es una forma de hablar tan bonita, y yo recordaba todos los que me enviabas.

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