jueves, 10 de julio de 2008

Ven

Querida, casi no veo en la noche, pero puedo “mirarte” en la hoja, encontrar tu nombre en la pantalla, tu nombre clavado en mí. Tu voz, que viene y que va, tu voz son estos minutos sin ti. Te decía que me sentía feliz, pero también triste. El camino a casa, con su pavimento de gotitas de plata, me hacía estar bien. Ir andando es sentirme libre. Voy pisando huellas del día, tristes huellas. Pensé, mi querida, que al final del camino estarías esperándome: imaginaba el movimiento de tu cabello al venir a mi encuentro, tu risa, la voz que pronuncia un te quiero, tu fuerza al chocar cuerpo a cuerpo: el abrazo. Tu ropa bonita, tu diadema brilla en la oscuridad de la calle. Pensar nos aprieta el corazón querida, mejor hay que apretar el paso, respirar este aire fresco donde habitas. Son las mejores horas del día, esta soledad enorme y tú misteriosamente hundiéndote en ella, en mí, en el intersticio de mis uñas.

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