un pétalo de gardenia para oler. Me lo regaló una mujer de cabello largo que decía esperar la llegada de un plazo. Yo recogía semillas, hojas y pétalos—le contaba. Las guardaba en boquetes de mis prendas, pequeños regalos que a ti te llenaban de ternura. Los plazos se cumplen todo el tiempo—me dijo—y dejó caer el gato que traía en sus brazos. Traigo también unas ojeras grandes como si hubiera caminado toda la noche. Debí aprovechar el insomnio, y no tragármelo, escribiéndote cartas. Anoche me enteré que mi abuela precisó de otra opinión para aceptar la ceguera de uno de sus ojos. Es impresionante cómo un par de gotas pueden resucitar aquello que te han dicho no tiene remedio. La miro contenta en sueños mirando esa tv y a sus nietos de nuevo. En el silencio profundo de mi habitación de sueño, cuando en ella pienso, escucho los susurros de rezos como si fueran una multitud de paridoras: gemidos breves que asustan e incitan extrañas palabras. Te busco querida. Me muerdo la lengua para no decir tu nombre como ayer en la tarde lo grité a boca calle. Tu nombre que es un eco urbano. La voz de las grietas de estas calles. Qué sigue después. Qué viene. Detenerme es siempre separarme. No intento pensar en esa fragilidad como la que tienen las viejas arquitecturas. Por qué no apareciste en Calzada de la Infanta. Por qué abordaba las guaguas como un desconocido. Por qué me siento extranjero siempre. Y busco las ruinas de tu nombre, de las calles exiguas donde sonaron tus pasos. Cojo el pétalo, aún tiene fragancia. Lo guardaré entre las hojas de la bitácora. Un beso.
viernes, 27 de agosto de 2010
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1 comentario:
"Y busco las ruinas de tu nombre, de las calles exiguas donde sonaron tus pasos"
Maravilloso.
Es bueno volver a leerte de regreso.
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