lunes, 27 de septiembre de 2010

Por la calle

Querida, llego a casa y me despojo de los sinsabores del día. Estas horas voy solo pasando entre pieles de plátano y de nada. Esquivo zanjas y el polvo limpio le da aroma a estos huecos donde la modernidad decidió no edificar nada. No puedo usar las aceras, también están fracturadas como mi corazón lleno de fisuras y de grillos. Mas desde mi corazón también te pienso lleno de sangre. Silbo bajito. Hay estertores que me siguen en la calle. Gritos de las luces que se apagan. Se acurrucan los perros cerca de su dueño. Se ponen los seguros a las puertas. Un ladrido acaso. Te pienso cuando camino así, vulnerable a la ciudad. Apagado. Tieso, querida. Es este peligro de la ciudad que me acecha como un gato lo que me vuelve el insomnio, y en él intento hallar tu imágen de sol. Tu sonrisa que me traía los viajes más intensos más bellos. Tus ojos, dónde miran ellos y no aquí para guiar mi ruta oscurecida por los colores del tabique y el acero. Tus manos quiero para cruzar las avenidas donde transita el desamparo. Camino, pues, mi querida; camino por la calle sin tu sonido que limita la belleza a ser una esponja sobre el pavimento.

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