sábado, 2 de octubre de 2010

Chariot

Sólo el motor del refrigerador parece tratar de congelar el silencio. Imagina, tuvieron unos hombres un día que adecuar un cubo alargado para controlar el clima. Ah, qué afán el nuestro de poder y retener. Ya sé que me dirás, te escucho entre este abrir y cerrar de llaves del fregadero y al dejar caer el peso en el buró de ciertos objetos que uso por las mañanas. Te escucho y me enternece tu voz de silencio. Los objetos infringen su poder en mí como amuletos de temidas magias, y son sus desubicaciones lo que me excita y sobresalta. Estamos acostumbrados a un orden querida, y al primer desajuste todo empieza a revolverse sea al lado que sea. Hay mañanas que no encuentro el desodorante a veces el cepillo de dientes; la crema para la piel; el lazo para poner la toalla. Qué es todo esto querida, es para volverse locos. Las cosas que cambian y estimulan. Son los reflejos de mí. Soy yo en eso. Y dónde quedas tú entre este cúmulo de modernidad y máquinas célibes. Me asfixia pensar en los objetos cuando llega la noche y en la habitación a obscuras siento su frágil peso caer sobre mí. Sus tenazas las siento por todas partes. Son como marionetas y yo el ventrílocuo. Son depredadores del silencio. El refri sigue haciendo su ruido molesto querida y yo contándote esto, entreteniéndote. Lo siento. Ayer fue una ilusión el buen tiempo. Hoy el calor desciende en la ciudad y enmascara las fachadas de las casas. Les pone colores hermosos. Me preparo, saldré sin suéter. Ajusto mis amuletos. Toca salir a las aceras y tener el valor de una tarántula vieja, de esas que me encuentro antes de llegar al trabajo, encogidas y marchitas, con la vida ya succionada y, al parecer rebotando en este aire que respiro y que piso.

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