lunes, 18 de octubre de 2010

Fuerzas Centrípetas

Las horas pasan querida y se mueven en momentos inconcebibles. Tenemos la vida de un zancudo. Tenemos a la brevedad martillándonos la espalda y busca desmoronarnos en cada viaje, cuando el pulso de la vida está en el cenít. Aún en movimiento hay líneas que nos dividen, nos marcan, y nos unen, y a pesar del movimiento físico parecemos quietos y tendidos en nuestro cuarto de viaje, en nuestras horas de nada. Pero qué te cuento querida, yo que hablo, y nos hablo lejos de las sombras de esos cerros que surcan el horizonte y la velocidad en la ventanilla es una mentira de proximidad. Yo que te escribo mudo de sombras personales, oculto por la cortina azul del bus que se desplaza indiferente. Claro-ya dirás-es una máquina, son otras manos y miradas las que te llevan. Y es entonces este dejarse ir lo que me permanece y me dibuja en ti. Aunque me esté haciendo polvo y después deba desaparecer es a ti a dónde me llevan todos mis viajes y mis inconsistencias cotidianas. Te sigo y te busco. El sol hace palidecer a los viajantes. Quema mis jeans, mi pierna de donde nacerán sandías. Los motores roncan. Los arbustos me ignoran. Los relieves se ocultan como camaleones. Las nubes parecen ruinas de ciudades en el cielo. Los semovientes se dislocan los cuellos por una pieza de pasto seco. Los pájaros intentan desesperados el suicidio en los parabrisas antes que llegue la noche. Ah! La noche compañera, alhóndiga de los desesperados y fracasados y valientes y adustos. La noche que es un engendro del sol y de la tarde. Un animal mítico: paraíso de los empobrecidos y curiosamente de los engallados. Así viajo, mi querida. Atravesando puentes y oliendo las cocinas. En las palmas de mis manos se marcan las calles y recauderías de pueblos, los ojos de muchachas, llantos de perros, colores de árboles, alturas de hombres, fuegos de muerte, podredumbre, ah, todos los vicios.
Olinalá days

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