Las horas pasan querida y se mueven en momentos inconcebibles. Tenemos la vida de un zancudo. Tenemos a la brevedad martillándonos la espalda y busca desmoronarnos en cada viaje, cuando el pulso de la vida está en el cenít. Aún en movimiento hay líneas que nos dividen, nos marcan, y nos unen, y a pesar del movimiento físico parecemos quietos y tendidos en nuestro cuarto de viaje, en nuestras horas de nada. Pero qué te cuento querida, yo que hablo, y nos hablo lejos de las sombras de esos cerros que surcan el horizonte y la velocidad en la ventanilla es una mentira de proximidad. Yo que te escribo mudo de sombras personales, oculto por la cortina azul del bus que se desplaza indiferente. Claro-ya dirás-es una máquina, son otras manos y miradas las que te llevan. Y es entonces este dejarse ir lo que me permanece y me dibuja en ti. Aunque me esté haciendo polvo y después deba desaparecer es a ti a dónde me llevan todos mis viajes y mis inconsistencias cotidianas. Te sigo y te busco. El sol hace palidecer a los viajantes. Quema mis jeans, mi pierna de donde nacerán sandías. Los motores roncan. Los arbustos me ignoran. Los relieves se ocultan como camaleones. Las nubes parecen ruinas de ciudades en el cielo. Los semovientes se dislocan los cuellos por una pieza de pasto seco. Los pájaros intentan desesperados el suicidio en los parabrisas antes que llegue la noche. Ah! La noche compañera, alhóndiga de los desesperados y fracasados y valientes y adustos. La noche que es un engendro del sol y de la tarde. Un animal mítico: paraíso de los empobrecidos y curiosamente de los engallados. Así viajo, mi querida. Atravesando puentes y oliendo las cocinas. En las palmas de mis manos se marcan las calles y recauderías de pueblos, los ojos de muchachas, llantos de perros, colores de árboles, alturas de hombres, fuegos de muerte, podredumbre, ah, todos los vicios.
lunes, 18 de octubre de 2010
Fuerzas Centrípetas
sábado, 2 de octubre de 2010
Chariot
Sólo el motor del refrigerador parece tratar de congelar el silencio. Imagina, tuvieron unos hombres un día que adecuar un cubo alargado para controlar el clima. Ah, qué afán el nuestro de poder y retener. Ya sé que me dirás, te escucho entre este abrir y cerrar de llaves del fregadero y al dejar caer el peso en el buró de ciertos objetos que uso por las mañanas. Te escucho y me enternece tu voz de silencio. Los objetos infringen su poder en mí como amuletos de temidas magias, y son sus desubicaciones lo que me excita y sobresalta. Estamos acostumbrados a un orden querida, y al primer desajuste todo empieza a revolverse sea al lado que sea. Hay mañanas que no encuentro el desodorante a veces el cepillo de dientes; la crema para la piel; el lazo para poner la toalla. Qué es todo esto querida, es para volverse locos. Las cosas que cambian y estimulan. Son los reflejos de mí. Soy yo en eso. Y dónde quedas tú entre este cúmulo de modernidad y máquinas célibes. Me asfixia pensar en los objetos cuando llega la noche y en la habitación a obscuras siento su frágil peso caer sobre mí. Sus tenazas las siento por todas partes. Son como marionetas y yo el ventrílocuo. Son depredadores del silencio. El refri sigue haciendo su ruido molesto querida y yo contándote esto, entreteniéndote. Lo siento. Ayer fue una ilusión el buen tiempo. Hoy el calor desciende en la ciudad y enmascara las fachadas de las casas. Les pone colores hermosos. Me preparo, saldré sin suéter. Ajusto mis amuletos. Toca salir a las aceras y tener el valor de una tarántula vieja, de esas que me encuentro antes de llegar al trabajo, encogidas y marchitas, con la vida ya succionada y, al parecer rebotando en este aire que respiro y que piso.