Querida, he pensado en ti otra vez, sin que por esta confesión quiera decir que me estoy lamentando, vaya que de cierta manera así es. Porque lamento es no poder escucharte hablar y que confrontes las cosas que te digo en mente cuando en ti pienso. También, escribo otra vez, por todas las veces que no estás y no estuviste, y no lo escribo por conformidad, querida, por dejar que las palabras pasen en la página, no lo pienso superficialmente, ni quiero decir que se me ha vuelto costumbre pensar en ti. Tú llegas libre y te enredas en mi tiempo sin enfadar, y así las horas… y las escasas conversaciones tienen levedad, sin decir, que la pesada vida, carece de intensidad, al contrario. Las revoluciones que hay en mí, cuando tú estás aquí, enderezan los momentos, y es entonces que el pasado pervierte mi tristeza, y los recuerdos tatúan mis acciones. Al pensar en ti te engendro, por eso escribo que vienes libre, sin las ataduras, sin las convenciones y convicciones, sin los resuellos que no me dejaban respirar. Te escribo, mi querida, desde este punto que es todos los puntos, sin pretender sonar místico; con las ganas de ser nuevo tiempo, como el que desgrana y modifica la mano de la abuela, como el que escribes tú cuando renuevas mi pensar.
jueves, 15 de noviembre de 2007
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