miércoles, 20 de febrero de 2008

Varsity Blues

Querida, la tarde estuvo muy bien. Fui a comer con Georgina a Esencia. Platillos sencillos y agua de sabor que nos endulzó la boca. Me contaba—mientras comíamos—que así como a Wittgenstein le gustaba la filosofía, a ella le encantan los sonidos. Dice que pasa días enteros escuchando cosas para descubrir maravillas. Perdona, pero no puedo expresar lo elocuente de sus palabras. Después los graba en kct´s y los regala a sus amistades. En las paredes de la casa tengo clasificados los sonidos (sic.)—decía. Me cayó muy bien. Me regaló una cinta que sacó con mucho cuidado de su bolso amarillo. Es de los sonidos—me dijo—que abrevan las palabras mientras tomamos el té, el café, la leche, el agua; de cuando dejamos salir un beso reprimido; cuando dejamos juntas las manos por el ansia y la desesperación; cuando empiezan a salirse las lágrimas de los ojos y rozan el centro del mundo. Cuando te levantas de una caída, cubierto de polvo y de ceniza; rasgadas las manos y los codos de camisetas antiguas, muy queridas. Los sonidos que se desprenden como fruta madura cuando piensas en ella, en él. Un silencio tan fino o igual que los versos de Sabines. El sonido de cuando caminas de vuelta a casa, solo, sin saber que todo el camino es ella misma y la noche su cielo raso. El sonido que hacen las sombras cuando no hay alguna con quien devenir, y entonces parece que te detienes a mirar, y todo lo ves tan grande y ves el mundo, la vida desfigurada. El que hacen las ramas enfiladas a la vorágine de la noche, con miles y miles de choques diminutos que hacen caer semillas en un espectáculo que sólo los ojos de los grillos pueden ver. El recuerdo se acentúa, se lleva en el cuerpo como si fuera una camisa… es el sonido de las cosas, de los objetos que se adhieren a nosotros. Es el sonido de las piedras y el que escuchaba Heráclito mirando su río.
—Deja que todo fluya—decía Nicolás.
Son los gemidos eternos de los cuerpos que se entrelazan como serpientes en celo, que se besan. Los de las manos que buscan desesperadas asirse a otra, cuando escribís, cuando oráis, cuando esperas y se te pone la piel de la palma empalagosa: aterido a la inquietud, al insomnio, a la reticencia…
Habló mucho, y después dijo que no sabía por qué estábamos aquí, que hoy el zócalo estaría astronómico, que agarráramos los papeles, y saliéramos para alcanzar a grabar los sonidos de emoción de los astros.


ps. El título del post, se trata del nombre de un single de Collective Soul, que, fondeaba a los comensales en Esencia.

1 comentario:

Maya dijo...

Recordé por un momento aquella novela, "Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso" me parece que se llama. Tu bitácora me parece muy original, entretenida y, en resumen, me ha gustado leerte.
¡¡Un saludo!!